viernes, 29 de junio de 2012


Esta noche de San Juan es digna de un exorcismo en paños menores. Así que saboreo el bochorno salpicado con escasos soplos de brisa fresca mientras medito sobre mis demonios. Mi única conclusión es que estoy harto de estar harto del estado de las cosas públicas. Deseo sacarme escoria de encima y purificarme filosóficamente. Con ese fin voy a ejercitarme públicamente en este blog.

Y les ruego que disculpen que no me presente: Mi nombre es J.B.F. , es decir Don Nadie. Mi profesión, mi único lujo y mortaja cotidiana me aconseja esconderme en el anonimato, cuestión sobre la que he dudado un tanto. Pero bien pensado lo único cierto por lo que respecta a un mero blog de opinión como este  es que nace en un mundo que sin dinero pasa de plural a singular con excesiva facilidad, así que por lo que me afecta mientras busco trabajo opto por seguir siendo Don Nadie ahora y al menos hasta que me canse.

¿Saben? Soy de los pocos economistas que en 2006 estaba convencido de que algo muy grave estaba pasando en nuestro bello paraíso. Es más, estaba acojonado en medio de la feria. Y lo digo humildemente, porque puedo. La profesión estaba por esa época anestesiada entre el keynesianismo popular propagado por los banqueros, el milagro español de los políticos y la nada más pura del neoliberalismo popular de mis compis.

No soy el Niño Becerra, sino lumpen empresarial, pero he tenido que tragar mucha verborrea teórica de apóstoles liberales, heraldos del crecimiento ilimitado que –se supone- sabían más de economía que el libro gordo de Petete y ahora resultan ser sin excepción  preclaros augures de la crisis. Y lo peor no es la verborrea, claro, que uno tampoco es masoquista. Todos vivimos las consecuencias de los millones de decisiones financieras que se esconden detrás de un discurso que prima única y exclusivamente el egoísmo como motor de la economía. ¿A alguien le puede extrañar hasta dónde hemos llegado? No creo que la situación general de la economía española sea como para tirarse de los pelos, al menos todavía. Está mal, estructuralmente mal, pero apunta a peor. Ya iremos viendo todo eso.

 Así que a los liberales, teóricos y prácticos, con o sin neo-, los de las cátedras y las trincheras empresariales, mis colegas al fin y al cabo, les dedico una sonora colleja y mis insignificantes entradas en este blog. Comprendo el cambio de orientación que muchos de ellos están sufriendo ya que se han de ganar la vida aunque ignoro si honradamente, como vienen haciéndolo hasta ahora por ejemplo como vendedores de hipotecas o implantadores de  filosofías de la miseria.

 Y yo a lo mío, que es pasármelo teta con la economía y creo que para eso por lo menos serán un excelente y fragante abono.

Por cierto, que ya a mis años abjuro por completo de querer cambiar el mundo. Nunca he tenido alma incendiaria, ni falta que me hace. Así que quien quiera sangre mejor que vaya a buscarla a otro lugar. Yo me conformo con aplicar el principio “ec”, es decir, eclecticismo casero, sin aspirar a más. De lo que no puedo abjurar es de la consideración que el centro de la economía es la promoción del bienestar, del ser humano en todas sus dimensiones. Renunciar al bienestar como objetivo de la economía a nivel macro y microeconómico implica aceptar la dictadura de la mano invisible como algo socialmente deseable.  ¿O será que me confundo con su prima, la mano negra, con tendencias choricillas?

Y ya para empezar un avance del contenido mi entrada de mañana. Se me ha ocurrido al escribir el texto de más arriba: Hablaremos del Keynesianismo popular, jugoso concepto apto para todos los públicos, versus como enladrillar el solar patrio, aunque para ser sinceros podría llamarse como la película: “Coge el dinero y corre”. Pero yo me voy a autolimitar: A ver qué encuentro por ahí desperdigado. Siempre es mejor ilustrarnos con los comentarios y aportaciones de nuestros líderes en aquél momento y –mucho me temo- que ahora.  Así que hasta pronto: Sean serios y pásenlo en grande esta noche… si pueden, claro.

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