Por si alguien no se había
percatado: Estamos en guerra.
Está
en disputa el reparto de un queso que por lo que parece, y de la forma como se
elabora, no da para contentar a todos los ratones. Por otra parte, la crisis
fiscal conlleva el alejamiento de la perspectiva utópica del capitalismo de
“café para todos” eclipsada por la miseria doméstica de nuestra sociedad,
incapaz de garantizar medios de vida dignos para la cuarta parte de su
población. La nueva crisis financiera española ligada al tocho nace dentro de
una crisis estructural de largo recorrido, lo que supone tener que contar con
dos fuentes de problemas interrelacionadas.
En
estos tiempos tan entretenidos que corren se pretende hacer de la miseria virtud,
“ahorro”, dicen algunos. Ahora que ha sido expulsado del paraíso el demonio del
gasto, vuelven los ejercicios espirituales paganos con el fin de guiarnos por
la senda de la austeridad. Se trata de equilibrar ambos lados de la ecuación:
Hay menos queso que consumir, y nula posibilidad de financiar más quesitos, así que necesariamente ello se traduce en
menos gasto público y/o privado. Hay quien opina que la penuria es buena
medicina para menesterosos, vagos y maleantes, así se espabilan y tal vez se
vuelvan gentes de bien ¿No es así? Piensa lo que quieras, pero para disponer de
una porción más grande de queso hay que quitársela a otro, que también quiere
su parte, porque el pastel a repartir es el que es y a todo el mundo le gusta,
aunque tan solo suponga conformarse con lo las migajas de otro, siempre es
mejor que nada. De cualquier forma, existe
escasa inclinación por hablar del código genético de la miseria, que es lo que
nos ocupa.
Visto así la ocasión la pintan calva para que se
explayen los ideólogos de la escasez. A ellos no les importa que la ausencia de
crecimiento destruya el tejido social porque sin duda ello beneficia sus
objetivos o los de sus amos a corto y medio plazo… A largo plazo, más miseria.
Pero mejor ser tuerto en un país de ciegos que intentar curar la ceguera
¿verdad?
El
buenismo es muy adecuado para explicar historietas moralizantes o cuentos
económicos como aquéllos con los que nos han deleitado Aznar y Zapatero durante
años y años. También tiene también su lado oscuro: Ocultar la crudeza de la
realidad con un horizonte de manipulación de la conducta individual es un
anestésico suave y eficiente a efectos de primar intereses antieconómicos en
una sociedad infantilizada como la española. ¿Cómo sino puede haber calado
tanto un verdadero disparate como el “capitalismo popular”, basado en la utopía
de compartir con los bancos las migajas de los rendimientos de la especulación?
Parece que estemos abonados al
pensamiento mágico, habiendo confundido sin impudicia durante años los deseos
con la realidad. El espíritu neoliberal-estatal ha facilitado grandemente que
sin tributar demérito alguno a merecidos éxitos aislados (a menudo ligados a la
financiación extranjera), la economía española no sea capaz de desterrar el fantasma
del desempleo. La herencia de la década y pico 95-07,para un español medio
(honrado) supone disponer de carreteras de primera, que nos ha pagado mayoritariamente
“Europa” (aunque ahora de la sensación de que se las quieren a cobrar), así como
la imposibilidad práctica de comprar un coche para transitar por ellas porque
los hijos están en paro, el trabajo se esfuma, o la producción se
“internacionaliza”, si es que no se externaliza o simplemente desaparece porque
la empresa carece de las competencias, recursos o de las ganas necesarias para
adaptarse al mercado.
Sin
acceder a algo tan básico como poder hacer frente a nuestras necesidades
individuales y colectivas sin acudir al salvavidas del préstamo externo o a la
rapiña privada interna lo llevamos francamente mal a largo plazo en términos de
desarrollo económico. Y tengo serias dudas de que algún día lleguemos a ser
financieramente independientes, sin hombres de negro ni deuda externa para facilitar la mera existencia de nuestras
vergonzantes instituciones financieras. Por lo menos creo que esta reflexión es
lo más positivo que se puede aprender de esta crisis. Desde luego nadie regala
nada, parece que nos cuesta entenderlo ahora que andamos de “revival” de los
70.
¿Y
Qué ha sido de nuestro trocito de queso? Como todo el mundo sabe: se lo han
comido los ratones. Ahora toca pagarlo. Y no va a haber alternativa financiera
posible. La economía se ha de sanear y crecer a base de sacrificio para que el
bienestar no decaiga todavía más y los pobres, una vez más, paguen el aquelarre
de la élite económica.
No va a haber inversión externa ni plan Marshall
que nos ayude, así que toca remar a contracorriente en un océano de
incertidumbre durante una década, al menos, que compense la década perdida del
ladrillo. Y desde luego que no basta con exportar: hay que reforzar la demanda
interna con algo menos espiritual que “ahorro”, contando con un horizonte de
salarios bajos (por otra parte, base de la causa de nuestra afección a consumir
cuando el crédito exterior ha sido generoso) y
además liquidar un océano de deuda privada. No va a ser fácil, la
exportación ayuda significativamente, pero a no ser que se incrementara de una
forma nunca vista, manteniendo niveles sostenidos muy elevados no daría para
cubrir las necesidades sociales en términos de empleo con nuestra estructura
económica actual. Y ese es el punto más caliente en este país, el principio y
el fin de los problemas económicos en España. Es inaceptable rondar un 25% de
desempleados y dar por buena la cifra, como un dato, como un viejo conocido propio
de la estructura económica. El paro en España clama al cielo desde hace décadas.
Cualquier economista extranjero pondría el
objetivo de crear empleo como absolutamente prioritario: Tal vez no podamos
crear empleo “bueno”, para ello deberíamos ser mejor que buenos generando
valor, dadas las circunstancias financieras imperantes, pero hemos de tirarnos
de los pelos para generar actividad, sea como sea, para que la economía
funcione como una organización social al servicio de los individuos y no a la
inversa. En ese sentido, el globo del
ladrillo supuso la santificación de la mediocridad y el desvío masivo de
recursos productivos a la especulación entendida como forma de vida, mientras
que de las tan cacareadas reformas laborales sólo cabe esperar la bendición de los vínculos primarios con la
miseria. Confiar a estas alturas en el papel del Estado como dinamizador de la
economía es mucho confiar. Este no es el gobierno adecuado para ese fin, como
no lo fueron los anteriores, ni lo han sido los interlocutores sociales: patronal
y sindicatos. Yo confío en que los ciudadanos llamados a filas de soportar una
mayor presión fiscal de inspiración FMI a la corta o a la larga serán capaces
de expresar su malestar aunque solo sea por la cuenta que les trae.
No
obstante de cara a definir nuestros recursos cabe considerar que no partimos de
un páramo desolado: En España se ha hecho un esfuerzo formativo brutal durante
los últimos veinte años. Carece de sentido hacer apuestas a corto plazo: El
filón de empleo por descubrir reside en propiciar la creación de pymes
optimizando recursos financieros muy escasos, así como de la reconversión
urgente de las empresas ya existentes a la dinámica del mercado exterior e
interior. Por cierto, confiar en
inversiones macarrónicas de tipo “las Vegas” no es el camino. O nos metemos
bien dentro de nuestro cerebro que este es el momento de emprender o no salimos
de esta ni en dos décadas. Aceptar sacrificios en el presente tiene sentido
esperando cosechar a largo plazo. En nuestro caso, resultan aceptables si
suponen creación de empleo a largo plazo, y este empleo a su vez actúa
autónomamente para facilitar mejores condiciones laborales. Pienso que ese
debiera ser el objetivo central de esta década: Reducir el ejército de reserva
de 6 millones de parados a niveles “europeos”. Es razonable esperar que la mera
inercia del mercado de trabajo facilite la consolidación de un mercado sano,
que a su vez reduzca a niveles residuales el ejercicio del endeudamiento
externo, devolviendo al recurso a la deuda al papel de instrumento
contracíclico del que actualmente carece. Focalizar el empleo como objetivo
básico debiera ser prioritario. Hablamos de empleo, ni siquiera de recursos
gaseosos como “productividad”. No hay uno sin el otro, ni se trata de
subvencionar la ineficiencia. En una economía abierta basta con primar la
actividad en cualquier sector; cualquier organización viable se las habrá de
ver con el mercado.
Uno
de los problemas de nuestra sociedad es el generoso “carpe diem” económico. No me resisto a matizar que no todas las
organizaciones ni prácticas debieran tener cabida en la asignación de
excedentes sociales, sabiendo que eso es rizar el rizo… el dinero per se no
tiene ética, la sociedad debiera recuperar el protagonismo cedido a fondo
perdido a los apóstoles del mercado desregulado. La parte del león de la
solución es política, no económica, y este camino está lleno de piedras. Nos
jugamos mucho en ello. Precisamente son los sectores que debieran estar al
servicio de la sociedad, y no de intereses depredatorios, como han demostrado
sobradamente, los que están siendo subvencionados, lo que en sí implica un
despilfarro de recursos públicos enorme. Nos hemos metido en esto, no saldremos
mientras nuestros impuestos sirvan para garantizar larga vida a un modelo
financiero irresponsable por decir algo suave. Y aquí queda un gran vacío a
llenar: La creación de un banco público de inversiones que lidere la racionalización
del sector financiero, no un banco público de activos basura de otros bancos pagados
a precios de oro a costa del salario de los contribuyentes ni una reedición del
ICO, sino un banco de referencia en el sector que haga lo que el mercado no
quiere hacer asumiendo criterios de solidez financiera y rentabilidad.
Por
otra parte a los trabajadores públicos se les debe exigir tanto como aportan
los privados. Y es evidente que se ha de racionalizar su número garantizando su
eficiencia social atendiendo a criterios y objetivos propios del servicio público
sin olvidar la evaluación continua de los mismos gracias a mecanismos de información
transparentes.
El
problema no pasa por pagar menos, sino por trabajar mejor. Ello es una
necesidad real y una forma de dignificar la función pública, no exenta de
sacrificios, léase despidos, que debiera estar abierta a la entrada de gestores
externos ajenos a la meritocracia política pero sometidos a control social
cuando ello sea aconsejable. Una necesidad imperante a recuperar es la función de la empresa
pública como medio de alcanzar objetivos sociales mal atendidos por el mercado,
evitando supercherías ni deficiencias ligadas al oscurantismo propio de
intereses particulares (políticos y profesionales). Para ello la actuación de
la sociedad debe poder ser beligerante con las estrategias de desarrollo a
seguir a medio y largo plazo, capaz de valorar los objetivos organizacionales
públicos –y privados- y examinar su cumplimiento, lo que hoy por hoy exigiría
una revolución de la información pública, y una redefinición de las reglas de actuación de la ciudadanía…
que podría acabar con muchas carreras políticas. En Islandia han dado un buen
ejemplo práctico. Tenemos los medios informáticos precisos. No hacen falta
grandes desembolsos técnicos ni otra cosa que no sea tomar una decisión
valiente y comprometida. Se trata de primar una cultura de la interdependencia y
congruencia de objetivos públicos y privados. El papel del político elegido
democráticamente ha de ser el de facilitador y orientador, no el de virrey.
Estamos en un punto muy interesante de nuestra
historia económica: Tenemos la oportunidad de sacudirnos las pulgas
neoliberales, aceptar que el individuo vive, con sus limitaciones, inserto en
la estructura del Estado, y remar juntos, comenzando a exigir de la política
tanto como nos quita, y exigiendo responsabilidades a nuestros gestores
públicos y privados valorables con datos concretos… Esto no es una proclama
estatalista, socialista ni nacionalista; es la exposición de un hecho que
interesa a todos como sociedad abierta.
La primera dificultad para desarrollarnos
económicamente proviene de nuestra propia cultura, afecta a la picaresca y la
mediocridad, y hemos de ser bien conscientes de ello. Ello afecta tanto a los
individuos como a las empresas. La referencia obligada es Alemania. A muchos,
entre los que me incluyo, me desagradan muchas cosas de ese país como la
tendencia contrastada por los hechos de diluir el individuo en forma de masa,
lo que se ha traducido en millones de muertos, afección al comunismo,
fascismo, o nulos escrúpulos éticos de
cara a hinchar la burbuja inmobiliaria española (que no alemana –esa es otra-),
por poner algunos ejemplo. Pero no cabe duda de la solvencia alemana para
articular una economía sólida, con o sin plan Marshall por medio junto con una
sociedad comprometida. Eso es tanto o más importante que el esfuerzo por
mantener y organizar una actividad industrial de referencia obligada (y por
otra parte muy subvencionada por el Estado), no exenta de defectos pero de la
que podríamos aprender mucho.
¿Todo
lo dicho queda en mera utopía? Escuchaba esta semana por la radio a Arcadi
Oliveres hablar de la famosa ruptura del euro, el coco con el que nos vamos a
dormir a diario desde hace meses. No he leído su último libro, pero su
razonamiento, con el que comulgo, si no
he entendido mal su mensaje, vendría a ser: El euro no corre el más mínimo
peligro. Desde la periferia valoramos muy negativamente nuestra situación de
crisis financiera, España es hoy un país deprimido. Y lo esencial es que la ensalada
de crisis financiera se salpimenta con tijeretazos que afectan directamente a
necesidades básicas de la población lo que en ausencia de crecimiento y dada la
precariedad generalizada de las rentas del trabajo deriva en crisis económica.
Nuestra
percepción está amenizada por el coco de la salida del euro. En Alemania no obstante la cuestión tiene otra
cara bien distinta: La crisis es en realidad el mejor de los mundos posibles:
permite al gobierno financiarse gratis, incluso con “premio” por pedir prestado
dinero. En realidad desde la Segunda Guerra Mundial a los países centrales
nunca les había ido tan bien. Los (bancos) alemanes (entre otros) carecieron de
escrúpulos para hinchar la burbuja inmobiliaria española hasta límites demenciales.
Nada es porque sí: Sabían perfectamente lo que se llevaban entre manos: El capital privado del centro financió más que
generosamente la política de crédito infinito de los bancos españoles, a
sabiendas que la operación de vaciado del excedente social se saldaría en el
peor de los casos con la absorción del riesgo privado por parte del Estado. Así
que se vendieron Mercedes a mansalva, y se enladrilló toda España, obteniendo
enormes rentas. Así que todos contentos… Hasta que quebró toda posibilidad de
aquilatar las hipotecas o elevar más los precios de las viviendas… al fin y al
cabo la economía real no daba para más… Además los bancos alemanes estaban muy
expuestos al riesgo por su participación muy activa en la burbuja inmobiliaria
USA, y eso excede las posibilidades de control directo del mercado doméstico.
Tocaba cobrar, y en esas circunstancias no queda otra opción que que acudir al
patrocinio del Estado quien hasta entonces había colaborado calladamente con el
capital financiero dimitiendo de sus funciones de control macroeconómico. Claro
que ¿Quién le pondría el cascabel al gato cuando el milagro español iba viento
en popa?
Revisando la prensa, he
encontrado en Sistema Digital http://www.fundacionsistema.com
una apreciable síntesis elaborada por Juan Torres López de lo que significa el “rescate”
de la economía, resulta estimulante que el artículo en realidad sea de
diciembre de 2010 con todo lo que ha llovido desde entonces. Me permito
reproducirlo tal cual más abajo en cursiva azul porque creo que aporta un
juicio equilibrado respecto a lo que implica ese concepto.
¿Acabar con el Euro ahora que toca cobrar?
¡Para nada! Imaginen lo que significaría para el centro una hipotética vuelta, pongamos que a la peseta con la
consiguiente redenominación de la deuda en una moneda devaluada pongamos que un
40%. ¿Y con qué sentido? El gobierno capitaneado por el Señor Rajoy ha
intentado colar la socialización directa de la deuda vía nacionalización de
activos ruinosos, y no le ha salido bien porque la famosa prima de riesgo (nacional
y de los países creditores) se dispara solo de pensar en lo que implica
convertir la deuda privada en pública (el liberalismo puede ser muy pátético).
Se
cerraba el camino al incremento del riesgo-país conjunto, para España y para
los países centrales. Así que siguiendo las apetencias de estos últimos es
preferible inyectar directamente dinero en los bancos españoles, dinero que va
a ir a parar íntegramente a sanear las deudas con los bancos alemanes, una
deuda que va a lastrar las posibilidades de crecimiento pongamos que por una
década, posiblemente más. ¿Romper el euro? ¿para qué? De todas maneras los
bancos alemanes cobran, seguiremos siendo sus rehenes financieros vía deuda
consolidada de los bancos españoles y un mercado cautivo, débil tal vez pero
demográficamente interesante para sus productos. Los que se hicieron de oro con
el expolio siguen siendo adictos a los coches alemanes, y la exportación ha comenzado
a caer seriamente en Alemania. La famosa
disciplina financiera de la Sra. Merkel no es para Alemania: Es para nosotros y
“su” euro, que por cierto anda devaluado frente al dólar, lo que no está tan
mal a efectos de balanza comercial pese a las malas cifras de exportación, que
vinen a ser una señal de alerta para ellos. Este es el mejor de los mundos
posibles para los países del centro de Europa, quienes armaron esta crisis y
ahora utilizan sabiamente los mecanismos institucionales que les ofrece la
cobertura europea para quedar a salvo del contagio por lo que respecta a
nosotros. Vamos, que se han ido de rositas… Y aquí se han asegurado su posición
imponiendo gobernador del Banco de España y engordando sus atribuciones con
funciones cedidas por el Ministerio de Economía… Ahora que los resultados
económicos de estos países ya no son lo que eran, me juego algo a que levantarán
el freno un poco en cuanto se formalicen plenamente los rescates de España e
Italia, y quien sabe si incluso les de por poner a funcionar la máquina de
imprimir billetes, al fin y al cabo hay que vender coches y trastos varios y un
poco de inflación ya no parece el fin del mundo cuando se trata de cumplir con
reglas de oro.
No
me resisto a expresar mi acuerdo con S. Niño Becerra: El Sr. Krugman, ahora de
vacaciones, anda un poco perdido respecto al tema del euro con su obstinación
en la ruptura. Quiero pensar que su insistencia machacona está motivada por las
teorías que desarrolló en en el pasado, porque la verdad es que su insistencia
en la ruptura no está basada en hechos, y sí, tiene un cierto tufo de perseguir
un fin oculto o desestabilizador. Que conste por lo demás que soy asiduo lector
suyo, y desde luego que ante la incertidumbre acumulada no hay ningún imposible
que no se pueda alcanzar.
Así que ya saben, a nivel nacional: ¡Que viene el
coco!
Artículo de la revista “Sistema Digital”, Juan Torres López
¿A QUIÉN
INTERESA Y CÓMO SERÍA EL “RESCATE” DE ESPAÑA?
Cuando se está hablando tanto de la necesidad, de la inminencia o de la
posibilidad de un "rescate" de la economía española conviene
reflexionar y poner algunas cosas en claro.
Se dice que un grupo de países o instituciones, como podrían ser la Unión
Europea o el Fondo Monetario Internacional,"rescatan" a un país
cuando le conceden un crédito a pagar en un determinado plazo que le permite
cubrir los "agujeros" que por diversas razones (generalmente por
acumulación de déficit y deudas) hayan podido producir su insolvencia. Pero hay
que tener en cuenta que esos agujeros pueden ser de naturaleza muy variada.
Así, muchas dictaduras y gobiernos militares de los años setenta y ochenta
endeudaron a sus países, con la connivencia de los grandes bancos
internacionales, con préstamos que en ocasiones ni siquiera llegaron a ellos
sino que se utilizaron fuera del país para negocios corruptos. Otras veces los
utilizaron en obras completamente inútiles o directamente para enriquecer a los
grandes empresarios y banqueros.
En el reciente caso de Irlanda, la necesidad perentoria de "ayuda" se
debe a que hay que cubrir las pérdidas multimillonarias del sector bancario. Y
una parte importante de la deuda pública griega que ha sido
"rescatada" recientemente se originó para comprar armamento a Francia
o Alemania.
Cuando la acumulación de deuda a la que no se puede hacer frente es muy grande,
los acreedores son los primeros interesados en que se produzca el
"rescate" del país pues de esa manera se aseguran su reintegro. Y
suelen ser ellos los que lo promueven. El dinero que llega con el
"rescate" se dedica a saldar sus deudas y la nueva que se origina con
las instituciones que rescatan la pagan los ciudadanos en su conjunto a lo
largo del tiempo. Los "rescates" consisten, pues, en convertir deuda
privada, que por lo general han generado y disfrutado los sectores más ricos,
en deuda pública que pagarán principalmente las clases de rentas más bajas.
Pero la cosa no queda ahí. El "rescate" no se produce nunca como una
dádiva sino a condición de que el país "rescatado" cumpla una serie
de condiciones. La primera, que esta nueva deuda tenga siempre carácter
preferente y, además, que se tomen las medidas de política económica y cambio
estructural que convengan a quien "rescata".
Gracias a ese procedimiento, la deuda externa que se originó en muchos países a
lo largo de los años setenta y ochenta fue la antesala de la aplicación de las
políticas neoliberales que promueven el Fondo Monetario Internacional y los
grupos más poderosos del mundo que, para cerrar el círculo, son además los que
se benefician del saldo de la deuda.
Pues bien en relación con la situación española habría que preguntarse si el
"rescate" es necesario, es decir, si es que España es insolvente y no
puede o no va a poder pagar su deuda, y qué efectos tendría.
La deuda española tiene dos componentes, la deuda pública y la privada. La
primera es de unos 600.000 millones de euros pero en relación con el PIB es
casi veinte puntos menor que la media europea. Se puede afirmar que es
sostenible y que a poco que la economía crezca incluso moderadamente se puede
ir amortizando sin problemas. Además, como todo el mundo sabe, ha crecido
extraordinariamente en los últimos meses pero como consecuencia del impacto
también extraordinario de la crisis. Si bien es un problema al que siempre hay
que hacer frente, no tendría por qué generar una situación de insolvencia ni
muchísimo menos. Los problemas que está provocando actualmente podrían
aliviarse casi por completo si se recuperase la actividad económica aplicando
las políticas adecuadas para ello, si se frenara la actividad de los
especuladores y, con más seguridad aún, si hubiera una estrategia de apoyo por
parte del Banco Central Europeo como expliqué en otro texto (El Banco Central Europeo frente a la deuda: se
necesita algo más que comprar bonos).
Sin embargo, es cierto que podría plantear una grave problema si la actividad
económica se sigue deteriorando como consecuencia de la aplicación de las
políticas equivocadas que se vienen adoptando y si no se cambia de rumbo pronto
hacia otra base de generación de actividad pues el modelo anterior es
justamente el que provocó los problemas que sufrimos, si no encuentra
financiadores a pesar de ser limitada en su cuantía o si se encarece en
demasía, lo que suele ser el resultado de que se recurra al mercado en lugar de
a los bancos centrales y de que se permita que los especuladores que lo
controlan aprovechen la situación para provocar alzas en los tipos o para
extorsionar a los gobiernos. Y también si alguna o varias de estas
circunstancias, aunque se dieran en pequeña medida, coinciden al mismo tiempo
en momentos en los que se concentre una cantidad más importante de ventas de
títulos de la deuda (como va a ocurrir en los primeros meses de 2011).
La deuda privada española es mucho mayor que la pública. Las familias españolas
deben aproximadamente un billón de euros a los bancos y las empresas algo más
de 1,3 billones. Y, por otro lado, los bancos españoles tienen deudas, por su
parte, tanto con el Banco Central Europeo (aunque fluctúa mucho, algo más de
60.000 millones de euros en estos momentos) como con otros bancos del resto del
mundo, en una cantidad global muy difícil de cuantificar pero de cuya magnitud
da idea el que tengan que amortizar unos 200.000 millones de euros en 2011 y
2012.
El problema se plantea lógicamente cuando toda esa deuda empieza a fallar, cuando
la economía no genera suficientes ingresos y aumenta la morosidad como viene
ocurriendo como consecuencia de la crisis, y es especialmente grave cuando el
incumplimiento afecta a extranjeros y cuando, además, está concentrada en pocos
acreedores, como en gran medida está ocurriendo con España.
Según el último informe del Banco Internacional de Pagos, España tiene una
deuda de alrededor de un billón de dólares con bancos extranjeros, de la cual
un 11% procede del sector público, un 25,7% de los bancos españoles, un 36% de
empresas y el resto (26,6%) de operaciones con derivados que implican
principalmente a la banca.
La cuestión, pues, está en dilucidar, por un lado, si los bancos españoles
podrían absorber sin problemas la morosidad al alza y las pérdidas
patrimoniales derivadas del estallido de la burbuja inmobiliaria porque estos
bancos, a su vez, han financiado esa deuda con préstamos que han recibido de
bancos extranjeros. Y, por otro lado, si los bancos extranjeros, y
principalmente europeos, van a esperar a que todo vaya solucionándose o si van
a tratar de garantizarse el pago de deuda mediante un "rescate".
Aquí, precisamente, radica el quid de la cuestión.
El incremento de la deuda privada española es el resultado de dos
circunstancias coincidentes. Por un lado, los bancos de países con exceso de
ahorro como los alemanes tuvieron un excedente muy grande en los últimos años y
en lugar de dedicarlo a impulsar el desarrollo económico alemán y a favorecer
el incremento de las rentas en aquel país, lo dedicaron a financiar a bancos de
otros países, entre ellos los españoles. Por otro, para obtener esa
financiación lo que hicieron los bancos españoles fue vender a los alemanes
activos financieros vinculados al negocio inmobiliario (cédulas hipotecarias
por ejemplo).
Cuando estalla la crisis eso produjo un hecho singular que a grandes rasgos es
el siguiente. Gracias a las normas contables existentes, los bancos españoles
podían seguir valorando los activos relativos al negocio inmobiliario al precio
de adquisición (y no al más bajo que tienen cuando estalla la burbuja). Pero
los bancos alemanes tienen su inversión en títulos secundarios (no la hipoteca
original que tiene el banco español, sino el derivado de ella que han comprado
para financiarlo) que han de valorar al precio actual de mercado.
Así, los bancos españoles han podido ocultar sus pérdidas verdaderas porque
siguen contabilizando activos descapitalizados al valor anterior pero los
alemanes sí las registran. Y la cuestión radica, por tanto, en saber si los
bancos alemanes (en la mayor parte, aunque también el resto de los grandes
acreedores de España) van a confiar en que se irá saliendo bien de la situación
actual y así cobrando poco a poco si, por el contrario, prefieren asegurarse el
cobro de su deuda "rescatando" a España antes de que ésta, si no
mejora la situación económica o si se ve acosada por los especuladores y se ve
obligada finalmente a declarar que no puede hacer frente a compromisos.
Si esto último ocurriera sería fatal, porque el “default” de España arrastraría
con él a los bancos europeos y quizá a otras economía. De ahí que muchos
acreedores piensen que es mejor forzar el "rescate".
Pero un "rescate" de España tiene graves inconvenientes. El mayor,
que el dinero que habría que poner para llevarlo a cabo es mucho: se ha llegado
a decir que incluso alrededor de 500.000 millones de euros, o incluso más, una
cantidad que desestabilizaría a toda la zona euro no solo desde el punto de
vista financiero o monetario, entre otras cosas, porque daría pie a que otros
acreedores quisieran hacer lo mismo con la deuda de otros países…
Pero, por otro lado, la operación de "rescate" tendría para los
grandes grupos de poder otras ventajas no solo financieras. Daría un
extraordinario impulso a los bancos y justificaría un replanteamiento general
de la estrategia europea en la líneas que al parecer desea, yo creo que muy
equivocadamente, el gobierno y los grandes centros del poder económico
alemanes. Además, el "rescate" iría acompañado de un programa de
reformas de liberalización en España en la línea neoliberal que lógicamente
sería proporcional al shock que provocaría la situación y a la inmensa cuantía
del rescate, lo que daría satisfacción a los sectores que lo vienen reclamando
desde hace tiempo.
De todo lo anterior se podrían deducir tres conclusiones fundamentales.
En primer lugar, que el "rescate" de España sería en realidad y como
en otras ocasiones, el de sus acreedores y, en este caso, principalmente de los
bancos alemanes y europeos, lo que da a entender que efectivamente éstos pueden
estar altamente interesados en que se lleve a cabo. Y dado que el
"rescate" justificaría la aplicación de medidas de liberalización
excepcionales, podría aventurarse también que en él pueden estar igualmente
interesados sectores nacionales que quieren "transformar" España en
esta línea ya expresada al Rey por grandes empresarios y líderes de opinión.
En segundo lugar, que la economía española no es en estos momentos insolvente
ni hay razones estructurales que aventuren que tenga que estar en esa situación
(salvo que se sigan aplicando durante mucho más tiempo las equivocadas
políticas de austeridad actuales y que se tarde en modificar las bases de
nuestro modelo de crecimiento), de modo que su "rescate" solo podría
ser consecuencia de un proceso provocado o inducido.
Tercero, que esa inducción del rescate podría venir por dos posibles vías. Una,
la presión especulativa muy fuerte concentrada en algún momento, posiblemente a
finales de enero o en febrero de 2011 cuando se negocie el gran volumen de
emisiones de deuda inmediatamente posteriores. Otra, por una presión externa
que fuerce a reconocer la situación patrimonial real de los bancos españoles
hasta mostrarla como explosiva y de ahí se obligue a intervenir para actuar con
ellos como con los irlandeses.
No sé si eso va a ser inevitable o no, o si las autoridades europeas ayudarán a
evitar o a que se produzca el "rescate". Pero tengo la impresión de
que un gobierno solo dispuesto a cumplir con las demandas constantes de los
acreedores y especuladores para tratar de generarles confianza, como hizo
precisamente el irlandés, lejos de ahuyentar el peligro, lo va a atraer sin
remisión. Y también la seguridad de que si la ciudadanía no influye en el
proceso será la que finalmente pague, en cualquier escenario que se produzca,
sus consecuencias.
Juan Torres